Por el Dr. Pedro L. González, especialista en Medicina Preventiva, periodista científico y coach de estilo de vida.
La infección por el SARS-CoV-2 puede dar lugar al desarrollo de una constelación de secuelas persistentes tras la enfermedad aguda, denominadas secuelas post agudas del COVID-19 o de la COVID persistente. Los individuos diagnosticados de COVID persistente suelen quejarse de fatiga incesante, malestar post esfuerzo y diversas disfunciones cognitivas y del sistema nervioso autónomo (el que no podemos controlar con la consciencia).
Los primeros hallazgos se basaban en gran medida en pacientes que habían fallecido, por lo que era difícil saber si estas afecciones estaban provocadas por la hiperinflamación y los coágulos sanguíneos resultantes de una enfermedad grave o si el coronavirus estaba afectando al cerebro de forma más específica.
Cuando los pacientes, incluso después de un caso leve, se quejaban durante meses de problemas persistentes con su capacidad de concentración, multitarea, recuerdo de palabras y sueño, a algunos científicos les preocupaba que estos síntomas de larga duración pudieran ser un signo de un conjunto más amplio de efectos neuropsiquiátricos.
Esta preocupación aumentó cuando los investigadores de la Universidad de Oxford publicaron los resultados de un estudio en el que compararon las resonancias magnéticas del cerebro tomadas antes y después de 2020. Descubrieron que las personas que habían tenido sobre todo un caso leve de COVID-19 mostraban una reducción del tamaño del cerebro entre un 0,2% y un 2% mayor en comparación con sus homólogos no infectados. Los supervivientes también mostraron un mayor deterioro cognitivo en función de su rendimiento al realizar tareas complejas.Te recomendamos Zonas Azules
Es demasiado pronto para saber si estos cambios que se han observado pueden ser contrarrestados por la capacidad del cerebro de recablearse, o si son progresivos y predisponen a enfermedades neurodegenerativas incurables, como el Alzheimer y el Parkinson. Sin embargo, las pruebas de esto último están aumentando.
Esta semana, los investigadores de Oxford han demostrado que la probabilidad de que se te diagnostiquen trastornos psicóticos, demencia, déficits cognitivos o la llamada niebla cerebral, epilepsia y convulsiones sigue siendo mayor dos años después del COVID que después de otras infecciones respiratorias.
El hecho de que el aumento del riesgo persista a los dos años es bastante preocupante para muchos expertos. Por este motivo, animan a que todas las personas se vacunen y reciban sus refuerzos.
Con los datos de que disponemos, la vacuna aún supone más beneficios que riesgos, sobre en personas con el sistema inmunitario debilitado por la edad o alguna enfermedad crónica. También hay pruebas de que los refuerzos ayudan a proteger frente al COVID-19 persistente. Algunos estudios arrojan hasta una reducción del 84% para 3 dosis de vacuna en un grupo de trabajadores sanitarios.
Por el momento, la recomendación más general -al margen de las polémicas sobre los datos de efectos secundarios no publicados- es la protección de enfermedad grave y secuelas mediante la vacuna. Y enviar el contagio eludiendo interiores no ventilados y haciendo uso de la mascarilla cuando el sentido común lo indique.
Secuelas del COVID-19 para nuestro cerebro
Por el Dr. Pedro L. González, especialista en Medicina Preventiva, periodista científico y coach de estilo de vida.
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2025-01-17
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